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jueves, 16 de diciembre de 2010

Madre e hija




Sacrificios
El viento es una máscara para mis lágrimas
Mis brazos extendidos simulan alas
Tu ausencia clavada en mi pecho
Finge la muerte.
El reloj inmutable me doblega
araña mi rostro
Mas embellece el tuyo
¿Seguiré en tu sangre?
No me consuela

sábado, 4 de diciembre de 2010

Rara enfermedad

       

        Esta mañana se presentó en la Comisaría N 25 de Real de la Madre,  una señora que reclamaba por un hecho insólito. Su hija,  tras declarar que estaba aburrida,  le pidió algo para hacer a su madre.  Ésta le aconsejó limpiar como un antídoto para la enfermedad del aburrimiento que iba tomando rápidamente a su primogénita.  La madre entregó a la hija un plumero y un trapo para dicha labor y la envió a cumplir son su misión al comedor de la casa familiar.

        Al cabo de unos minutos,  y observando la madre el silencio imperante en el recinto donde se encontraba su hija,  se asomó para espiar.  Para su sorpresa encontró el plumero en el suelo,  cerca de la ventana.  La ventana que daba al parque,  abierta.  Y ningún rastro de su hija. 

jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Te alejas?



Busco una respuesta
colgada de una estalactita
que le dé sentido a tu ausencia.
Hoy, no me querés,
hoy, silencios ingrávidos y duros
nos aislan como muros.

Consentido mío
sin sentido
con sentido
sentido
enajenado.

Sólo viene a mí una mirada que se escapa
y luego otro silencio de crepúsculo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La cautiva

fotografía de Laura Rivera


En la vereda ha echado raíces una fotógrafa,  pequeña y con flequillo.  Debe creer que es invisible porque los otros pasan junto a ella y no se mueve.  Hacía mucho tiempo que nadie se detenía frente a esta  casa.   A veces las señales tienen rostros inocentes. 
Debe creer que nadie la observa,   coloca su cabeza hacia un lado y otro antes del clic.  Un rayo de luz azulino logró traspasar la barrera metálica de la celosía.  Y mi rostro descuidado queda colgado detrás de la oscuridad y en un rincón de su fotografía. 
Entre los líquidos mágicos de su estudio emergerá mi rostro humano y la sorprenderá.  Ya no puedo preocuparme más.  Tal vez la guirnalda de flores  me ayude y me oculte a su mirada sagaz.
Comienza a amanecer.  Dejo encendido el bullicio en la ventana somnolienta.  Dejo manchado de rímel el recuerdo de nuestra vida.  Y la huella de café con canela va abriendo un abismo por donde regresa una caricia.  Esa niña ha vuelto.

viernes, 15 de octubre de 2010

La Negra en fuga.


para Analía Garcetti


Cuando recuerdo mi infancia,  el primer testimonio de felicidad es la música robada.  El sol del verano no daba tregua a la hora de la siesta, ni debajo del parral, ni mojándose los pies por las acequias se sentía el fresco.  Nosotros salíamos a esa hora  a cazar lagartijas o a tirar piedras al agua de la hijuela, para no hacer bulla en la casa donde los adultos dormían la siesta.  Cuando la gente empezaba a transitar por la vereda, nos íbamos adentro a hacer las tareas de la escuela y al atardecer salíamos a dar vueltas en la bicicleta mientras mi mamá esperaba que volviera el viejo de trabajar.  Mientras papá  y mamá cenaban, nos dejaban dando vueltas en la bici por el barrio.
A esa hora indecisa entre la tarde y la noche, nos acercabamos a la panadería por la parte de atrás.  Estaba la Carmela.  Le decían “La Negra”, no era difícil adivinar porqué, al ver el color de sus brazos, de sus piernas, no se le ocurría a uno otra palabra.  (Aunque escuchábamos que los hombres grandes que reparaban en sus piernas duras y largas le decían otras cosas más, además de Negra).
Era difícil la vida de La Negra,  tenía muchos hermanos más chicos que ella y su papá, don Simón,  los hacía trabajar en la panadería a todos.  La Negra los organizaba muy bien, pero se veía que ella había nacido para otra cosa.  Tenían sólo un empleado, y en el ratito que esperaban a que llegara don Simón para trabajar, La Negra barría el patio, regaba, el empleado tocaba la guitarra adentro y ella afuera soñaba. 
Comenzaba con un murmullo que crecía lentamente, como el gorjeo de los pájaros a la mañana, como la levadura del pan.    Desde un rincón de la calle la espiábamos  callados, absortos.  Luego se iba enderezando y el canto se escuchaba mejor.  Le brillaban los dientes blancos mientras por la garganta salía una cascada de notas como agua clara.  A nosotros nos contagiaba la risa, la dulzura cuidada de su tonada.
Y después de unos minutos, cerrados los ojos, abierta el alma, se le fugaban las penas a La Negra enganchadas en las notas livianas.  Levantaba los brazos con las manos abiertas,  parecía una plegaria.  Esperaba que la guitarra le endulzara el oído  y desde allí comenzaba el descenso como si le secreteara a la parra.
La luz del atardecer se esfumaba,  pero sus voz redonda quedaba colgada de las ramas y nosotros pegábamos la vuelta en la bicicleta cuando oíamos que a gritos nos llamaban desde la casa. 
Era tan lindo espiar cuando la Negra se fugaba,  todo el camino pedaleábamos con el estómago lleno de música.

domingo, 26 de septiembre de 2010

El camino de regreso


Foto:  Daniel Magallanes

Cuando el viaje es un descubrimiento y un agasajo,  el viaje te hace subir y planear por el aire colgada de la última ráfaga de viento.  El motivo fue recibir un premio por la felicidad de crear historias.
Cuando el viaje es a una ciudad antigua, te rondan las historias pretéritas,  borrosas,  contradictorias y enigmáticas.  Cuando el viaje es también un encuentro con otros que te ayudan a crecer,  volver es dificultoso y revelador. 


Poner los pies sobre la tierra,  oler a lluvia,  estar a la altura de los ojos de las personas sirve para pensar sobre lo que te cambió el viaje.  Porque es una peregrinación por otras personas y por otros espacios que te revelan interiormente verdades colosales.  Los eventos en la Feria del libro y en la Editorial Comunicarte estaban llenos de calidez,  de detalles amorosos. 

Las personas que te dejan mirar en el fondo de sus ojos y conocer la materia de la que están hechos.  Personas valientes.  Otras que en la sonrisa te regalan cascabeles para tu noche  te enseñan a crecer.  Te mantinen en ruta.  Te educan.
La piel descubre lugares que te revelan lo sagrado  y en consecuencia tu trayecto privado ,  irrepetible  se bifurca en una serie de versiones temporales que se preguntan por esos otros tiempos y esas otras vidas que figuran en las placas o monumentos.


La vuelta del camino provoca el suspenso y el relato.  Provoca la versión de la experiencia.  provoca otro reemplazo,  el que hacen las palabras.  Y la escritora llena sus relatos de anécdotas,  de gestos,  de ojos asombrados,  de suspiros,  de réplicas de los mapas,  de vibraciones en anécdotas extrañas o jocosas.  Los motivos del viaje no son ajenos,  fue un viaje elegido y proporcionó el escenario para el cambio interior.   Y ahora las imágenes la hacen sonreir.  Las palabras la transportan al espacio de la construcción de un texto que perdurará como los monumentos.  
Y ya no hay mapa que registre las paradas,  las retrospecciones,  los ascensos y los develamientos.  Sólo una lista de vocablos con significados diversos,  unos anteojos llenos de miradas absortas,  y la piel inaugurada a nuevas sensaciones. 
Ahora,  el lugar que habito parece un país extranjero.  He cambiado,  ha cambiado.  Soy feliz en el cambio y reconozco los beneficios de los otros peregrinos en mí.  Como una multitud de mundos privados y en permanente viaje que nos llevamos unos a otros,  unos encima de otros,  unos después de otros,  como individuos y como especie,  a través de los  tiempos y los gestos.

¡GRACIAS!

martes, 14 de septiembre de 2010

Literatura nómade


Un viaje próximo me abre puertas luminosas hacia  los días venideros.  En su vientre me esperan el deseo y la inquietud  mezclados con algunos miedos y con viejas penas.  Como  escritora necesito de la calma para armar las ideas que se presentan anárquicas,  para construir los sentidos que no siempre encuentran la palabra adecuada.  Sin embargo, este viaje me parece como una oportunidad de recolección,  como  la circunstancia para enmarcar la maravilla.  Tal vez sea una paradoja:  la escritora peregrina. 
Creo que después de todo viaje,  es obligatoria la narración.  El camino mantiene en suspenso al escritor y ese suspenso lo  alimenta.  Descubrir y después comunicar.   Algunas veces con la ayuda de mapas o de fotos,  con la intervención de preguntas o de objetos representativos.  Pero la necesidad se aviva al pensar en volver al punto de partida para compartir con otros,  lo otro.  Entonces el relato se hace tan necesario como el viaje. 
Tuve siempre la impresión de ser de esas personas que no están del todo en un mismo lugar,  como dijo Cortázar.  Soy de aquellas que viven imaginando otros mundos y necesitan poner los pies en la tierra,  generalmente obligada por los que me rodean,  para mi propio bien.  Y al poner los pies sobre el suelo, al contrario de cualquier predicción, todo se transforma en una expedición,  en la búsqueda del tesoro,  en admirables aventuras de lo cotidiano.  Es hermoso sentirse un extranjero  en su propio mundo,  asombrado de encontrar en las cosas conocidas nuevas perspectivas,  hallando matices de la luz que antes no percibiera,  confesándome maravillada en los detalles.  
Sí,  mañana voy a viajar a Córdoba a recibir el premio  por la última novela que escribí,  Mundos peregrinos.  Y el hecho de viajar ya es un premio.  Me encontraré con lugares desconocidos,  con gente por descubrir y con tantas emociones que a la noche,  seguramente,  será difícil dormir.  Pero algo me consuela… cuando vuelva algo habrá cambiado porque un viaje siempre es para mí como un amanecer.

martes, 7 de septiembre de 2010

Muerte del tirano.


Fotografía:  Laura Rivera en su blog en las aguas del tiempo.


Muerte del tirano. (De: El lenguaje de los objetos)

La ciudad es un laberinto arrasado. Algunos pasillos, aún en pie, mantienen la esperanza alojada en los rincones. Largas hileras de ladrillos y revoques y lazos. Rutas de destinos enmadejados que quedaron en pie, en pedazos, en suspenso.
La bicicleta despintada, lenta, es el paso de María que busca entre las ruinas. Una bicicleta como alas, libertad como viento en el cabello blanco. Una foto sorprende la espalda de María que se interna en un túnel urbano. Ella busca desde hace tiempo. Ella sabe desde hace tiempo. Ella espera desde hace tiempo.
Algunos laberintos tienen pisos de baldosas sueltas, otros solamente tierra y barro. Y como filigranas delicadas, las huellas de un gato negro o de un gato payo.
La espalda sorprendida de María conduce al fotógrafo hasta un rellano donde una guitarra, tal vez dos, se desgranan en acordes claros. Guitarra piadosa, invisible. Guitarra que modula el silencio, que siembra la soledad de esperanzas y cantos.
¿Vuelve el hijo? Alegría traen sus manos. Sólo por él sobrevive María, sólo por él su corazón ha soportado. Vuelve el hijo del destierro y llega para trabajar y reconstruir lo que se tragó la guerra, pero también trae un ovillo de llanto.
Sigue María por los callejones, buscando. Le pica la esperanza en las palmas, le entibia el corazón cansado. Tararea esa canción que recobró la guitarra. Suenan las cuerdas, tal vez ellas también esperan por un canto, suave y terso que fluya entre los surcos y el trabajo.
Solamente los gatos ven pasar la madrugada y a María. La esperanza le mantiene el paso. Atrás quedan pasillos con geranios, laberintos urbanos. Al fondo se abre un pasaje, hay una puerta que corta el pasado y una bicicleta antigua que descansa apoyada en la pared llena de cicatrices.  Ellas dicen que María ha llegado.

sábado, 28 de agosto de 2010

Los caminos de la guerra

"El lodazal" de M Escher

Los caminos de la guerra. (De El lenguaje de los objetos )


Apoyada sobre las rodillas. Las palmas abiertas arriba del perfecto diseño de las huellas que dejan las ruedas, de las máquinas, de los fuegos. María parece un adorno exótico, estático, sintético. María arrulla el suelo con un llanto que cala hacia adentro. Una mejilla apoyada en el polvo, la otra hacia el infinito. Lleva el cuerpo envuelto en paños coloridos, pero el llanto amortajado en claro lienzo. De su cintura pende una bolsita repleta de hojas frescas que sirven de remedio. Junto a los talones abandonó las sandalias gastadas, oscuras, último límite cuerdo.

Se escucha la guerra que avanza por todas partes. Montada viene, en máquinas que mastican terrores nuevos, prejuicios viejos. Avanzada viene, en humo de gases feroces y venenos. Multiplicada viene, sobre el desierto perfecto. Y deja una cicatriz enorme como una boca hambrienta, como una panza hinchada, como un niño ciego.

María permanece sobre las rodillas. Permanece con sus oídos despiertos. Un oído atiende las palabras del cielo. El otro oído en la tierra le dice que su hijo ha vuelto.

sábado, 21 de agosto de 2010

Volver a dar a luz

foto: Daniel Magallanes

Existen personas que,  sin importar la edad,  construyen su mundo a partir de la búsqueda de significados nuevos,  de aventuras en lo cotidiano,  de hipótesis geniales y absurdas,  de descubrimientos trascendentes en detalles domésticos.  Esas personas llevan a flor de piel a su niño interior.  Ese niño asombrado e inocente que acepta entusiasmado todo lo que puede aprender.  Un niño que puede jugar con la realidad y transformarla.  Y los niños gustan de lo fantástico,  de lo desbordante. 
La literatura fantástica es ese borde por donde transitamos en busca de esas razones inverosímiles para asombros cotidianos,  es el mapa de nuestra propia fascinación ante lo inexplicable.  En la actualidad,  todos nos preciamos de ser racionales y de poder dar conceptos claros y precisos o de ser especialistas en alguna rama de la ciencia.  Pero ocurre lo contrario con la vida.  Cada vez más, las cosas que nos suceden parecen generarse en esa borrosa línea divisoria entre lo real y lo ficcional.   
La tecnología nos permite adaptarnos de una manera asombrosa  y la aceptamos imcomprensiblemente,  como un juego,  como un nuevo acertijo,  o mejor dicho,  un laberinto.  ¿Acampamos al borde del abismo?  ¿Vivimos afuera o adentro de la adivinanza? 
Hace un tiempo escribí ciertos cuentos.  Con el esfuerzo de toda mi familia logramos publicarlos con forma de libro,  fue mi regalo del día de la madre.  ¡Eso sí fue un parto colectivo!  Ese libro portador de siete pequeños mundo narrados con ferocidad,  también escondía el otro universo de eventos que fueron engarzándose en la realidad para que se concretara.  El encadenamiento de los esfuerzos de un círculo de personas que me veían mejor,  de lo que yo misma me veía.  Y así nació De la luna y otros monstruos.  Un libro impreso en papel que sólo algunos pocos habitantes de Mendoza,  además de mis amigos,  conocieron. Pero el asombro una vez más,  me llenó los ojos de admiración y las manos de obras:  hoy,  ese libro navega por internet gracias a los pases (casi) mágicos de la Editora Digital y muchos lectores se asoman al hallazgo de las historias,  acampan junto el abismo de la lectura,  juegan a la escondida entre sus páginas.  De la luna y otros monstruos volvió a nacer y me trajo,  como un amanecer recién estrenado,  la alegría compartida con los que lo leen y les gusta,  la maravilla renovada porque la tecnología pudo una vez más superar la contingencia y el deseo de volver a jugar a que nos contábamos historias para darnos consuelo. 



viernes, 13 de agosto de 2010

¿Creamos con palabras o ellas nos crean?

Cada vez que vemos una obra hecha por el hombre,  podemos darnos cuenta de que las palabras están sosteniéndola como una red.  Cada creación las necesita,  las ambiciona. 
Algunas palabras nos son dadas como un legado,  otras,  como dones.  Algunas nos hacen cosquillas,  otras nos provocan lágrimas.  Algunas nos habitan y susurran como somos.  ¡Podemos intercambiar mundos a través de palabras!  Y esos mundos trocados nos construyen a través del tiempo y los espacios. Universos que se repiten ante los ojos y a través del corazón de todos esos otros que nos sirven de espejos,  nuestros lectores.
La realidad se me transforma bajo el influjo de las palabras,  bajo su escencia arcaica y fresca a la vez.  Creada y recreada.  Oscura y diáfana a un mismo tiempo.  Palabras como ladrillos,  palabras como luces,  palabras develadoras de misterios. 
Observo a esas palabras creando historias que coquetean con otras,  que se enamoran,  que educan,  que acompañan o consuelan.  Y me veo en ellas como en espejos diferidos. Veo a otros que me las cuentan o que las leen como cómplices de esa creación.  Es un viaje prometedor y dinámico que nos une como especie.