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lunes, 12 de noviembre de 2012

La literatura secreta



Fotografías del sitio Pankaj Valia.


La literatura para niños y jóvenes comienza como tal desde hace muy poco tiempo[1] ya que responde a un cambio muy importante dentro de la sociedad,  aquel momento en que se consideró a los niños y jóvenes como seres con su propia impronta y no como adultos pequeños.  Ligado a este hecho aparece la idea de la escuela como centro de educación para muchos, y la literatura pasa a cumplir un papel específico: trasladar a las nuevas generaciones el modelo social imperante dentro del modelo educacional.  La literatura infantil y juvenil,  fue considerada en esa época el mejor medio de domesticación política,  moral,  religiosa y pedagógica. 

En cambio,  en la actualidad se superponen las consideraciones entre una literatura interesada y una interesante.  La transformación de los prejuicios o pretextos acerca de las publicaciones para niños y jóvenes van dejando atrás ese viso didactista y   utilitario con cierta lentitud,  pero cada día se ve más cercano el ideal de una literatura despojada de utilitarismo. 

Existe un gran peligro en catalogar a la literatura  a priori “para niños” o “para jóvenes” porque la capacidad evocadora del texto,  su esencia estética,  su particular condición lúdica, que provoca al lector joven,  primerizo,  no proviene de su condición de adaptabilidad a la edad de su destinatario sino a su misterio artístico.  Y esta condición debe ser abarcadora y contenedora.  Opuesta a los intereses de las productoras de libros adocenados,  de los guetos de escritores a pedido,  de las políticas de educación adoctrinadoras.    

Tanto los críticos literarios,  los investigadores,  los escritores y los docentes - estos últimos,  a veces,  no toman verdadera conciencia de qué y cuánto de críticos tienen – somos mediadores en la difusión de la cultura,  y como tales,  seleccionamos lecturas recomendables,  es decir que en esa distinción evidenciamos un criterio.  Y es curioso saber que ese criterio,  en muchos casos,  contempla obras o autores catalogados como “imperdibles” y que sin embargo,  dejan afuera a muchos de nuestros alumnos,  lectores hambrientos y perspicaces,  que prefieren la recomendación de sus pares,  o de lectores marginales al sistema por ser éstas las obras que los conmueven y transforman.
 
 

Todos sabemos que cada uno sufre una metamorfosis al salir de la lectura de un libro fascinante,  intenso,  lúdico.  Nadie permanece inmutable a la buena literatura y esta no debe estar en exposición en una vidriera,  sino a la altura de la mano del lector. 

En la literatura para niños y jóvenes es escasísimo el tratamiento de temas como las desapariciones,  la política,  la muerte,  las malas palabras,  el sexo,  la guerra,  la discriminación,  por nombrar algunos de los vacíos. Temas que por otra parte están muy presentes en los programas televisivos,  los noticieros,  revistas,  internet.  Es como si existiera la creencia de que si en la literatura no se incluyen estos temas,  la obra es más artística o,  tal vez,  si no se habla de esos temas desaparecerán,  como por arte de magia.  Pero la magia no parece un tema serio.  Y los niños reclaman que se los trate seriamente;  los jóvenes buscan la dignidad de elegir lo que muchos mediadores adultos le censuran.

En su libro Hacia una literatura sin adjetivos,  Andruetto afirma que los lectores reclamamos a través de la literatura una “porción de humanidad” y el escritor tiene la oportunidad de ofrecerla a través de una escena,  de sus personajes o de sus interpretaciones culturales.

Por último,   propongo una visión de la literatura como la última experiencia de libertad.  Leer sin prejuicios para revelar los sentidos de la obra como si de sacar velos se tratara,  un acto íntimo y sensual de desnudarla.  Un camino para rebelar (se) en contra de la opresión y la censura.  Censura que no siempre se manifiesta abiertamente,  sino que muchas veces está en una omisión,  en un cajón cerrado,  en la falta de crítica.  “Revelación y Rebelión[2] dice Andruetto,  buena literatura que nos habla de nosotros mismos,  textos como juegos que nos incluyan como en una ronda.  ¿Juguemos a la ronda,  ronda de leer sin prejuicios?  Así sonreiremos más,  muchos más.

 

(Fragmento de la ponencia “Hacia una literatura más pimpante y menos rimbombante” leída en el Simposio GEC.  Teóricos y Críticos frente al espejo.  U.N.Cuyo,  F.F y Letras. En setiembre del 2011.)

 



[1] Como género específico la LIJ comenzó a fines del siglo XVII con los Cuentos de mama Oca. 
[2] ANDRUETTO,  María Teresa,  Hacia una literatura sin adjetivos, Córdoba, Comunicarte, 2009. Pgs.31-44.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El don de abrazar la literatura


"Abuela cuenta cuentos"  de Chiara Raineri
 


Al don,  al don,  al don pirulero

Cada cual,  cada cual atiende su juego

Y el que no,  y el que no

Una prenda dará…

 

¿Se acuerdan de este juego?  ¿Alguien se preguntó si Aldón era un nombre o Pirulero un apellido? Nadie,  porque en el momento de jugar,  un niño no cuestiona las definiciones,  juega.  De igual forma cuando un niño juega a que lee,  no juega,  lee.

La Alfabetización y la literatura atienden cada una su juego y su forma mágica de crear enlaces creativos,  de desarrollar estrategias de pensamiento,  de  representar lo imposible.   Pero son los mediadores,  esos “casamenteros entre el texto y el lector”  como los denominó Graciela Montes,  los que se responsabilicen de que una no esté al servicio de la otra,  ni se olvide alguna para sobrevalorar a la otra.

La lectura en voz alta será el puente entre las dos.  Será el puente entre los márgenes.

Todos los elementos de una buena experiencia con la lectura ayudan a llamar la atención sobre ella.   Y todos los efectos de una buena lectura en voz alta promueven el gusto por la literatura. 

Las modulaciones con la voz,  los gestos,  las miradas,  los silencios.  Todas las bondades de las lecturas hechas con entrega,  con intención,  con pasión despiertan el deseo de leer individualmente.  De no depender de otros para que florezca el placer,  los mundos imaginados,  las aventuras escandalosas. 

Una buena lectura en voz alta remarca los conceptos importantes dándole profundidad a la palabra,  quitándole la cáscara institucional o meramente explicativa.  La palabra poética da poder y pronunciada en voz alta,  es un conjuro al placer y al entender.   Pero la palabra escrita,  olvidada en su soledad de biblioteca,  no sirve.  Es el mediador el que le presta  la carne a la magia,  le insufla el aire a las aventuras,  le enseña al que escucha caminos nuevos de entendimiento. 

La lectura en voz alta tiene requisitos: debe ser paciente,  para que cuaje;  seductora, para que atraiga;  estimulante,  para que incite a la independencia lectora;  sorprendente,  por definición  y divertida,  para que invite a la repetición.

Los niños sienten en la piel la dedicación del adulto que les lee,  quieren aprender a leer para imitarlo.  Si no se les lee con la voz firme,  con la mirada inteligente,  con la paciencia amorosa del alfarero,  se dan cuenta y huyen de la literatura.   Cuando ellos juegan a que leen,  no juegan, ya leen.  Leen las formas de tomar el libro,  la parsimonia del correr de las páginas,  la sorpresa de las ilustraciones,  imitan la magia y el poder. 

La lectura en voz alta será el puente entre la verdad y la memoria.  Será el puente entre los márgenes de la realidad.

También el lugar debe ser especial.  UN LUGAR ESPECIAL,  PARA UNA ACTIVIDAD ESPECIAL.  No puede ser un lugar donde ocurren otras cosas,  debe ser un lugar físico que permita la realización del mundo interior.  Un lugar prodigioso donde sea permitido y propiciado el juicio crítico y la creatividad.
 
 
"El cuento de hadas"  de Kertesz
 

Los niños deben contar con un lugar garantizado para su lectura individual y sin cuestionarios para contestar.  Un momento donde se puede desarrollar la habilidad de leer. Y sin embargo,  los padres consideran que los niños deben leer en las escuelas,  y algunos docentes creen que lo harán en sus casas.  La lectura es un bien cultural como cualquier otro y debe desarrollarse y enseñarse dentro de las escuelas como parte de un patrimonio común.

También quiero señalar que existen prejuicios con respecto a los niños,  muchos.  El primero con respecto al vocabulario.  Que los niños no pueden sumarse a un texto con palabras difíciles,  que los textos con muchos diminutivos son mejor entendidos,  que los niños que provienen de sector sociales de menores recursos no podrán desarrollar jamás un código más elaborado.  Que algunos niños ya son de los márgenes,  y para ellos no es necesario aprender a leer literatura.   Creo que son errores en los que nos cuesta pensar,  pero que al verbalizarlos en voz alta comenzamos a erradicar por absurdos.

Un buen cuento debería ser la mejor recompensa por un día arduo de trabajo,  pero no un cuento con intenciones didactistas,  sino el simple agasajo de una historia sorprendente.  La atención de unos minutos dedicados a la palabra artística como regalo.

El gran cambio que sienten los niños cuando empiezan a leer solos,  es que ya no pueden entender todo por sí solos,  menos si hablamos de palabras aisladas o de letras sueltas.  Necesitan partir de un todo en el que cada parte ilumine el sentido del resto.  En el que un adulto ayude como puente o mediador cultural. 

 Desde que nace,  el niño está rodeado de lenguaje,  envuelto en múltiples capas de palabras evocadoras y sugerentes.   Esas palabras estacionadas en la boca luego vuelan y van a posarse en los objetos para nombrarlos,  para señalar su pertenencia  y para seguir hablando  a través del tiempo.  Uno de esos objetos sagrados portadores de historias,  de palabras,  de recuerdos y sensaciones son los libros.  Dejemos que los niños en la escuela tengan la oportunidad de poseer la magia de la literatura y sembremos el deseo de la independencia en la palabra.


Leído en el Segundo Congreso Provincial de Alfabetización. “Diversos caminos para un mismo aprendizaje.” Organizado por la Dirección General de Escuelas y la Municipalidad de Lavalle.  Mendoza. Noviembre de 2012